9 nov 2017

Sin noticias de Gurg

Por Ángel E. Lejarriaga



Esta obra de Eduardo Mendoza (1943) apareció en formato libro en 1991 y contiene toda una historia detrás que el autor siempre que tiene ocasión comenta divertido. Según Mendoza, Sin noticias de Gurg tiene mucho que ver con sus novelas El misterio de la cripta embrujada (1979) y la que supuso su continuación El laberinto de las aceitunas (1982). En su momento Mendoza dijo de Sin noticias de Gurb: «[…] es sin duda el libro más excéntrico de cuantos he escrito, probablemente porque no es en rigor un libro, o no nació con voluntad de serlo».

Esta recopilación de textos se realizó muy a posteriori. La idea partió de una petición que le hizo a Mendoza el director de El País en Catalunya, Xavier Vidal-Folch, de que escribiera «algo». Según el autor, generalmente se negaba bajo el argumento de que le daban miedo los plazos de entrega. Sin embargo, en esa ocasión accedió a «pensárselo». Sin saber por dónde empezar recuperó unos textos antiguos de ciencia ficción que había escrito «con un tono humorístico» durante su estancia en Nueva York, unos años atrás. Curiosamente, Mendoza odia este género literario, aunque sí le entusiasman las películas.

Partiendo de los textos citados, «casi olvidados», comenzó a elaborar una historia que él mismo consideró «poco original». Como no sabía cómo continuarla, decidió recuperar el oficio de las novelas «por entregas», de esa forma ganaba tiempo para ver qué se le ocurría sobre la marcha. Desde luego, ese fue un buen principio. Le faltaba el contexto adecuado para situar la narración y lo encontró enseguida: Barcelona y los juegos olímpicos del 92. De esta forma tan particular nació Gurb, lo demás, según Mendoza, lo puso el azar: «una churrería próxima a mi casa me sugirió la desmedida afición del extraterrestre por los churros; las noticias que iban apareciendo en la prensa diaria, comentarios de la gente y cosas por el estilo». El proyecto acabó bien y lo que fue publicado por entregas acabó en formato libro. Nunca pensó que aquel conjunto «estrafalario» de disparates pudiera tener interés comercial y se equivocó. Aunque no tengo datos fiables al respecto, es posible que Sin noticias de Gurb sea el libro de Eduardo Mendoza más vendido.
«Es una mirada sobre el mundo asombrada, un punto desamparada, pero sin asomo de tragedia ni de censura.»
En síntesis, la obra cuenta la búsqueda de Gurb, un extraterrestre del que se desconoce su paradero, tras transformarse en la nada desdeñable figura de Marta Sánchez. Otro alienígena indaga su paradero una vez convertido primero en el conde-duque de Olivares, después en Unamuno, al que sigue Paquirrín y otros personajes a cual más pintoresco. Precisamente, su pormenorizado diario es lo que da forma al libro. Mendoza, sin piedad ni concesión alguna, convierte el absurdo de la vida cotidiana de la capital de los juegos olímpicos del 92, en un carnaval grotesco y descarnado.

La narración está caracterizada por un humor negro que no deja títere con cabeza, describiendo situaciones de una manera ingenua e hiperbólica. Así, lo paradójico toma forma real. Lo cierto es que aunque pueda producir risa, si se afina en su lectura también se puede encontrar en estado puro la tragedia de la estúpida insensatez de la vida humana.
«El lenguaje de los seres humanos es trabajoso y pueril... Hablan largamente y a gritos, con acompañamiento de ademanes y muecas horribles. Aun así su capacidad de expresión es limitadísima, salvo en el terreno de la blasfemia y la palabra soez...»
Sin noticias de Gurb está definido, en general, por un «humor inteligente» que hay quien no capta, como yo; pero esa es una disfunción cerebral muy propia de mi persona que no viene al caso comentar. No obstante, la mayoría de las personas con las que he comentado su parecer sobre el mismo, han manifestado que se lo pasaron bien con su lectura.
«Los seres humanos, a semejanza de los insectos atraviesan por tres fases o etapas de desarrollo: niños, currantes y jubilados. Los niños hacen lo que se les manda, los currantes también, pero son retribuidos por ello, los jubilados perciben unos emolumentos, pero no se les deja hacer nada...»

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