20 mar 2018

La ciudad y los perros

Por Ángel E. Lejarriaga



Esta novela del premio Nobel Mario Vargas Llosa (1936) fue publicada en España Seix Barral en 1963. Fue su primera novela y desde luego con ella apuntó maneras de lo que iba a desarrollar después, literariamente hablando. Sobre esta obra se ha escrito mucho, y como casi siempre ocurre con la escritura, no queda del todo claro dónde se inicia la ficción y dónde concluye el relato autobiográfico. Comenzando por lo biográfico, diré que Vargas Llosa estuvo dos años en un colegio militar de nombre Leoncio Prado, entre los años 1950 y 1951. Según sus propias manifestaciones, dicha estancia generó en él unas impresiones que años después, sobre todo una vez decidido su oficio —el de escritor— reflejaría en el texto que comentamos. Desde el principio tuvo claro que tenía que escribir sobre ello. Pasarían siete años antes que se pusiera manos a la obra, allá por 1958. Para los interesados en este tipo de detalles, la empezó a escribir en Madrid y la terminó en París, en 1961. El trabajo se le atragantó hasta el punto que le costaba mucho avanzar: tachaba, reescribía y nunca sabía bien si lo que estaba reflejando en el papel tenía sentido o no. El manuscrito que surgió de tanta vehemencia narrativa poseía la nada desdeñable cantidad de mil doscientas páginas, algo difícil de afrontar por las editoriales del momento, tuviera o no tuviera valor el contenido de las mismas. Hay que decir que Vargas Llosa no era un desconocido por estas tierras pues en 1959 Los Jefes, un libro de cuentos, había recibido el premio Leopoldo Alas. A la complicación del volumen de páginas, se unía la censura que en aquellos tiempos existía en España. Carlos Barral solucionó el tema con inteligencia. La cosa no fue tan rodada como se pudiera pensar; el editor y empresario no la leyó en un primer momento, cedió su lectura a otras personas, y los informes que recibió fueron negativos. Más tarde, el azar, y unas buenas dosis de aburrimiento, hizo que Barral leyera la novela y se prendara de ella. Aun así, no se decidió a publicarla sino que sugirió al escritor a que la presentara al Premio Biblioteca Breve, cosa que hizo. El resultado fue positivo y la novela resultó galardonada. Nada más aparecer en 1963 recibió el Premio de la Crítica Española. Es un hecho que los comienzos de Vargas Llosa fueron fulgurantes.

Así se publicó la novela en España pero el título tuvo también su recorrido. Vargas Llosa no se sentía satisfecho con ninguno de los que le habían surgido y sugerido, y se devanaba la sesera con una lista nada desdeñable de candidatos que rehacía casi a diario. La morada del héroe fue el primero que encabezó el texto pero duró poco. Le siguió Los impostores, que también tuvo una breve vida. Un amigo le propuso La ciudad y las nieblas, haciendo referencia a la niebla que suele cubrir la zona del colegio militar. Cuando casi todo el mundo estaba convencido de que ese iba a ser el título final, en un rapto de genialidad, el mismo amigo propuso al autor La ciudad y los perros, haciendo referencia a los cadetes de tercer año reflejados en el manuscrito, a los que se denomina con ese alias.

La novela cuenta la historia de un colegio militar en el que a los alumnos se les educa a partir de la humillación y el aprendizaje de conductas brutales, asociales y violentas. A pesar de estas circunstancias, los estudiantes se adaptan e incluso a algunos de ellos les va bien. Los personajes, a pesar de partir de orígenes distintos, van entrecruzando sus vidas de manera inevitable, hasta alcanzar la catarsis que se produce cuando las preguntas de un examen son robadas, hecho que provoca la muerte de un cadete al que denominan el Esclavo. El jaguar parece estar detrás de esa muerte —un individuo desalmado y cruel—. El enfrentamiento entre los indiferentes, los que apoyan a El Jaguar y los que quieren denunciar la situación, está asegurado. El conflicto va a trascender incluso al propio ambiente estudiantil, hasta alcanzar a las autoridades del colegio, compuesta por militares profesionales.

El ambiente es toda una parábola de lo que esos jefes educadores y esos alumnos educandos, los futuros padres de la patria, van a hacer cuando se incorporen a la sociedad. La historia de Latinoamérica tiene su destino regido por gentes que han recibido esa formación, que conducen ejércitos compuestos por personas que no han recibido ninguna.

Aparte de este infierno escolar Vargas Llosa describe bien los diferentes barrios de Lima, sus calles, las principales avenidas y las plazas más famosas.

Ya he mencionado que la obra tiene tintes autobiográficos, aunque el autor siempre ha dicho que se inspiró en su experiencia personal:
«La mayor parte de los personajes de mi novela La ciudad y los perros, escrita a partir de recuerdos de mis años leonciopradinos, son versiones muy libres y deformadas de modelos reales y otros totalmente inventados.»
Sea como fuere, la novela generó ampollas en la dirección del colegio e incluso entre altos mandos de las fuerzas armadas que consideraron denigraba el honor de las mismas, llegando a acusarla de comunista. Si hay algo a lo que es inmune Vargas Llosa es al comunismo. En fin, vivir para ver, o mejor, para oír.

La ciudad y los perros tuvo más importancia de lo que se pueda pensar, no solo por el logro literario que supuso, que evidentemente lo tuvo, sino por la proyección que adquirió a nivel internacional. Se pude decir, sin riesgo de equivocarse, que abrió las puertas a otros muchos escritores latinoamericanos que se publicarían después. De alguna manera, algunos críticos han considerado a esta novela como la embajadora de las letras latinoamericanas del siglo XX.


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